lunes, 23 de julio de 2007

Nos vamos de vacaciones


Agenda 23-29 Julio


El Rincon de las mentiras

Café bar Utopía

diáfanos miradores de color imposible
ébano nácar y esmeralda
trasegados al mítico o luciente
cántaro prometeico en molde de media luna
he visto antes tus ojos
pero creo que estuve muerto
relámpago ventisca fascinante de efluvios
de aromas frutales noche oscura
incendiando a aquél que mire
o repare en tu pelo
sereno ritmo de pisar el cielo
dos péndulos sutiles
de carne que señalan
miden el tiempo tibio
esa forma esencial con que posabas
un pie después del otro
sagrada imagen saliendo del bar
giovanna concetta loffreda
no era tu nombre
pero te parecías a ella
ácidas rías de mi historia
tu cuerpo de arrecife o farallones
y en mis manos temblando aquel naufragio.


Abel Mangas

Al fondo a la derecha

REW

Fin del encierro. La manada descansa en los corrales. Poco después el público de la plaza, en pie, aplaude el paso de los toros, y se sienta para aguardar la llegada de los corredores y los toros al ruedo vacío.
Los mozos más rezagados corren delante de los toros en el callejón, donde un montón de corredores en el suelo se levantan y tropiezan para proseguir la carrera. Cerca de la curva de Telefónica hay una ambulancia. Una mujer acaricia el pelo de un joven ensangrentado que deja de gritar de dolor, separa los brazos de su cabeza, salta sobre el cuerno del toro, se pone en pie y vuelve la vista para ver al morlaco que se le acerca con peligro. Otro de los toros pisotea a un corredor que está en el suelo y lo empitona antes de caer y de correr torpemente por la calle Estafeta. Y un mozo siente el asta y acaricia el lomo de un jabonero que alcanza su paso antes de tropezar en la curva izquierda de Mercaderes y de golpearse después con la valla protectora a la que se encarama de un salto uno de los pastores. La manada corre hasta la altura del Ayuntamiento. Cientos de mozos vuelven la cabeza para no perder de vista a los cabestros que preceden al grupo de vitorinos. Atrás queda el peligro de Santo Domingo donde la carrera se hace más rápida y apenas hay lugares seguros donde rehuir el miedo.Los jóvenes se detienen. Algunos calientan los tobillos y se santiguan. Otros miran expectantes como los toros inician la carrera tras flanquear los corrales. La puerta se cierra a su paso. Suena un cohete. Los mozos cantan sus plegarias a San Fermín y agitan sus periódicos, ahora desenrollados, con los nervios cada vez más tranquilos. Dos o tres minutos y ochocientos metros separan la muerte de la vida. Corredores y público buscan su lugar en el encierro. Suena la canción de diana de La Pamplonesa. El alba da paso a la noche. Los toros corren, siguiendo a los pastores, hasta los Corrales del Gas. Suena el primer clarín. Va a comenzar el encierrillo. Los policías despejan el recorrido. El mayoral distribuye a los pastores. El reloj da las once.


Raúl Vacas




Buenos días, queridos. Les dejo hasta septiembre con una canción. Una canción de viaje, de esas que si han sido niños alguna vez, habrán berreado hasta la extenuación mientras intentaban no marearse subiendo La Media Fanega camino de la playa, en el asiento trasero de un abarrotado Seat 124. Una canción de esas cíclicas, mágicas, infinitas. No sé quién la compuso y no viene en la wikipedia. Mejor. De tener autor reconocido, vendrían los de la SGAE a crujirme bien, o lo que es peor, a crujirles a ustedes por leer cosas sin permiso. Y si creen que la letra tiene truco y doble sentido, en efecto, lo tiene. Hasta pronto, amigos.
Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña, como veía que no se caía, fueron a llamar a otro elefante. Dos elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Tres elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Cuatro elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Cinco elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Seis elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Siete elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Ocho elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Nueve elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Diez elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Once elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Doce elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Trece elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Catorce elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Quince elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Dieciséis elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Diecisiete elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Dieciocho elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante.
Diecinueve elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Veinte elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Veintiún elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Veintidós elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Veintitrés elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Veinticuatro elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Veinticinco elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían, fueron a llamar a otro elefante. Veintiséis elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que no se caían,...
José Regidor

viernes, 20 de julio de 2007

El rincon de las mentiras

No toques, para tocarte estoy yo

Yo no tengo piernas
,codo, cadera,
tampoco labios, costillas, palmas con sus manos.
Yo soy mis ojos, yo mi vientre,
el abismo caliente de mi boca,s
oy el oscuros rizo de mi pelo en las ingles,
las cicatrices, yo mismo, yo todo.
Ven y toca,
tócame cuento quieras.
En mi piel

vive
mi yo
más intimo.

Abel Mancas

Locura Ordinaria

Cesto

Todo cabe en tu boca
;no la concavidad de la mentira
Yo puse diez manzanas podridas en tu vientre

pero tú sonreíste.
Todo cabe
sobre el sueño de mimbre que te forma:
munífica figura con que aceptas mi carga.

José Manuel Díez