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La segunda voz
Poco antes de morir, el poeta Remigio González “Adares” trabajó en el empeño de rescatar parte de su obra inédita del silencio. En esta labor cooperamos, compartiendo entusiasmo, los poetas y editores José Miguel Bernal y Alfredo Pérez Alencart y yo.
Durante varios meses tratamos de ordenar muchos de sus poemas diseminados en carpetas o reunidos en varios volúmenes -encuadernados por sus hijos- con el título de Palabra original.
En la cabeza de Adares rondaban dos nuevos títulos: El último cero y La segunda voz. De este último llegó a decir: “Es como si hubiera resucitado después de muerto”.
Seis años después de su muerte la Diputación de Salamanca ha editado una antología del poeta con el título de La segunda voz, de cuya selección de textos y prólogo soy responsable.
Adares fue poeta porque vivió como tal, sumiso a las palabras. Y fue poeta porque habló del mar, del frío, de la madre, de la tierra. Porque escribió al dictado de la vida. Porque murió por dentro. Nunca fue poeta de aperitivos. Para entender sus versos hay que hurgar en su ideario, probar todo el menú, entrar con él al fuego, descubrir sus salsas.
No es fácil hincarle el diente pero el trabajo de mondar sus versos y desenvolver metáforas, nos descubre la radiografía del poeta, su fuerza creadora y su original patrón.
Con la complicidad del tiempo y la paciencia de un náufrago, Adares fue tejiendo su memoria en el papel y dando aliento al humo de su corazón. Y ahí dejó su obra, para siempre.
Son muchas las deudas aún pendientes con él, un poeta que ha defendido y paseado el nombre de Salamanca (en cada uno de sus libros) por el mundo y con el que se han retratado los turistas y oriundos tanto como con la rana o el astronauta.
Pese a ello y, más aún, pese a su gran producción literaria (aún poco reconocida) no hay ningún rastro de su fidelidad a la Plaza del Corrillo y Salamanca en su ciudad, tan sólo el nombre de una calle en el Barrio Garrido.
Este libro salda gran parte de esa deuda. Es el homenaje de una institución de la ciudad, la primera hasta ahora, al poeta y a su obra.
Adares siempre se caracterizó por su generosidad. En su nombre, gracias a Luis Calvo y a todos cuántos han hecho posible este libro. Gracias a Carmen, Ángel y Remigio, hijos del poeta, por preservar la memoria de su padre. Y gracias a tantos y tantos nombres propios que de un modo u otro apoyaron y acompañaron al poeta.
Escrito por: Raul Vacas
Poco antes de morir, el poeta Remigio González “Adares” trabajó en el empeño de rescatar parte de su obra inédita del silencio. En esta labor cooperamos, compartiendo entusiasmo, los poetas y editores José Miguel Bernal y Alfredo Pérez Alencart y yo.
Durante varios meses tratamos de ordenar muchos de sus poemas diseminados en carpetas o reunidos en varios volúmenes -encuadernados por sus hijos- con el título de Palabra original.
En la cabeza de Adares rondaban dos nuevos títulos: El último cero y La segunda voz. De este último llegó a decir: “Es como si hubiera resucitado después de muerto”.
Seis años después de su muerte la Diputación de Salamanca ha editado una antología del poeta con el título de La segunda voz, de cuya selección de textos y prólogo soy responsable.
Adares fue poeta porque vivió como tal, sumiso a las palabras. Y fue poeta porque habló del mar, del frío, de la madre, de la tierra. Porque escribió al dictado de la vida. Porque murió por dentro. Nunca fue poeta de aperitivos. Para entender sus versos hay que hurgar en su ideario, probar todo el menú, entrar con él al fuego, descubrir sus salsas.
No es fácil hincarle el diente pero el trabajo de mondar sus versos y desenvolver metáforas, nos descubre la radiografía del poeta, su fuerza creadora y su original patrón.
Con la complicidad del tiempo y la paciencia de un náufrago, Adares fue tejiendo su memoria en el papel y dando aliento al humo de su corazón. Y ahí dejó su obra, para siempre.
Son muchas las deudas aún pendientes con él, un poeta que ha defendido y paseado el nombre de Salamanca (en cada uno de sus libros) por el mundo y con el que se han retratado los turistas y oriundos tanto como con la rana o el astronauta.
Pese a ello y, más aún, pese a su gran producción literaria (aún poco reconocida) no hay ningún rastro de su fidelidad a la Plaza del Corrillo y Salamanca en su ciudad, tan sólo el nombre de una calle en el Barrio Garrido.
Este libro salda gran parte de esa deuda. Es el homenaje de una institución de la ciudad, la primera hasta ahora, al poeta y a su obra.
Adares siempre se caracterizó por su generosidad. En su nombre, gracias a Luis Calvo y a todos cuántos han hecho posible este libro. Gracias a Carmen, Ángel y Remigio, hijos del poeta, por preservar la memoria de su padre. Y gracias a tantos y tantos nombres propios que de un modo u otro apoyaron y acompañaron al poeta.
Escrito por: Raul Vacas

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