martes, 19 de junio de 2007

Al fondo a la derecha

Huellas

La identidad del bosque está en sus huellas porque cada rastro esconde o comparte una historia y cada historia, aún más si tiene la talla de leyenda, otorga al bosque una denominación especial.
El hombre es una suma indefinida de huellas y de signos; las tres heridas de Miguel Hernández, la del amor, la de la muerte y la de la vida, dejan imborrables huellas en nuestras palabras y en nuestras historias particulares.
Nuestra identidad también viene marcada por la huella que imprimimos en el carné. Todo a nuestro alrededor son huellas. Rastreamos infidelidades, sostenemos la sospecha en los indicios, interpretamos signos, borramos marcas y señales.
Las huellas son mudas como la ache pero cuentan historias. Los forenses y criminólogos, como los indios, son expertos en leerlas. Saben si el dactilar es de hombre o de mujer, si lo imprimió con genio o gesto leve, si fue un extraño animal quien dejó el testimonio de su paso.
Hay maestros, poetas, fotógrafos y domingueros que allá por donde van dejan huellas.
También hay amores que se imprimen y tatúan en el corazón o en la mirada.
Las huellas nos provocan curiosidad pero a la vez miedo y hay huellas absolutamente irreconocibles que dan lugar a fantásticas historias.
No hay bosques sin huellas. No hay huellas sin bosques.
Perfumen el olfato, afinen el oído, predispónganse al tacto, siéntanse a gusto, regulen la mirada. Todo cuanto se insinúe antes ustedes tal vez sea una huella.
Paseen por sus recuerdos. Cierren los ojos. Los ciegos tienen en las yemas de sus dedos la mejor de las miradas posibles.
Sueñen, jueguen, escriban, lean y dejen su propia huella.


Raúl Vacas

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